Cada año, a medida que se acerca diciembre, muchos sentimos que el tiempo se acelera. Las tareas pendientes se multiplican, las reuniones se encadenan, los balances personales y laborales se vuelven inevitables, y las exigencias emocionales aumentan. Es lo que solemos llamar el estrés de fin de año: una mezcla de cansancio, ansiedad y presión que, aunque parezca “normal”, puede tener consecuencias reales sobre nuestra salud, especialmente sobre el corazón.
El estrés no es un enemigo en sí mismo. En pequeñas dosis, es una respuesta natural del cuerpo ante un desafío: el corazón late más rápido, aumenta la presión arterial y el organismo libera hormonas como la adrenalina y el cortisol para prepararnos para la acción. El problema aparece cuando ese estado de alerta se vuelve constante.
Durante las últimas semanas del año, el cuerpo muchas veces no logra “bajar la guardia”. Las exigencias laborales, las preocupaciones económicas, los compromisos familiares y sociales, e incluso los cambios en la alimentación o el descanso, contribuyen a mantener un estrés sostenido. En ese contexto, el sistema cardiovascular trabaja más de lo necesario.
El exceso de cortisol y adrenalina puede provocar aumento de la presión arterial, taquicardia, alteraciones del ritmo cardíaco y favorecer procesos inflamatorios, así como la acumulación de colesterol en las arterias. Si esto se prolonga en el tiempo, eleva el riesgo de hipertensión, angina de pecho y otras enfermedades cardiovasculares.
A este estado de agotamiento prolongado se lo conoce como síndrome de burnout o “síndrome del trabajador quemado”. Aunque se asocia principalmente al ámbito laboral, sus consecuencias trascienden el trabajo: afecta el sueño, la alimentación, las relaciones personales y, por supuesto, la salud del corazón.
El burnout combina tres componentes principales:
Desde el punto de vista cardiovascular, el burnout puede generar una tormenta perfecta: el cuerpo permanece en un estado de alerta crónico, con aumento del tono simpático, presión arterial elevada, mayor frecuencia cardíaca y cambios metabólicos que favorecen el aumento de peso y del colesterol. Según estudios recientes el burnout se asocia con un incremento del 21–27% del riesgo de enfermedad cardiovascular.
El cierre del año trae consigo una serie de factores que potencian este síndrome.
El corazón, que es sensible no solo a lo biológico sino también a lo emocional, percibe ese conjunto de tensiones. Por eso, en esta época del año, es importante reforzar las medidas de autocuidado y prestar atención a las señales que el cuerpo envía.
Cuidar la salud cardiovascular implica también cuidar la salud emocional. No se trata solo de medir la presión o hacer actividad física, sino de reconocer cuándo el estrés está desbordando y tomar medidas antes de que se exprese en el cuerpo.
Algunas recomendaciones simples pueden marcar una gran diferencia:
El corazón no solo bombea sangre: también traduce emociones. Late más rápido con la ansiedad, se calma con la serenidad y sufre cuando el estrés se prolonga. Por eso, hablar de burnout o de estrés de fin de año no es solo una cuestión psicológica: es una cuestión de salud cardiovascular.
Dr Juan Pablo Costabel – M.N. 119403
Medico Cardiólogo
Jefe de Unidad Coronaria e Internación
ICBA